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jueves, enero 21, 2010

Batalla épica

Ayer tuvo lugar en mi domicilio una de las batallas más épicas que he luchado en años. De esas que te enorgulleces de haber peleado y sólo esperas tener nietos para poder contárselo.

Ayer, cagué.


Pero no una cagada cualquiera, no... Era una cagada como no había tenido desde hace mucho tiempo. De un color marrón tan bonito y homogéneo que parecía haber salido de un blister en una tienda de artículos de broma. De un acabado redondeado perfecto y un tamaño considerable (asomaba más de la mitada fuera del agua). De esas cagadas que, al terminar, quieres ducharte para poder limpiar bien la zona de salida, porque sabes que el papel no será suficiente.

Y no venía solo ¿Eh? Tenía tres hermanos que no sé bien cuál era el más grande o robusto. Formaban una pequeña pirámide, más parecida a un zigurat. Todos como tubos de pasta de dientes gigantes, con sus picos en las puntas y un saber estar que ya quisiera para sí la Reina de Inglaterra. Realmente preciosos.

Sin tropezones.

Y lo mejor es que no dolieron al salir, es más ese esfuerzo que demuestra que tu cuerpo está trabajando a marchas forzadas, pero dentro de sus posibilidades. Esa liberación intestinal que te hace sentirte en paz con tu organismo. Una batalla realmente placentera de luchar.

El caso es que después, no había quien lo sacara de ahí. Y yo venga a tirar de la cadena. Y venga a tirar. Pero no había forma, no hacía ni siquiera el ademán de largarse. Inamovible. Ojalá las casas de Haití estuvieran hechas del mismo material.

Como tenía que esperar que se llenara la cisterna cada vez que tiraba, podía observar el desarrollo del moñigo a lo largo del tiempo. Se fue oxidando, volviéndose negruzco. Pero cada vez que le caía agua encima, resbalaba la capa superior, llegando otra vez a ese precioso y perlado Marrón Bestial. Pero se iba erosionando poco a poco y podía llegar a observar algunos tropezones interiores que tenía en su interior. A medida que iba disminuyendo de tamaño, podía ver lo que había cenado... merendado... almorzado... desayunado...

Nunca la expresión "descomer" ha tenido tanto sentido.

Pero el zurullo seguía sin caer. Y lo cierto es que me daba pena golpearlo con el cepillo. Esa no es una muerte digna. Es como clavar una daga a traición... Merecía la muerte del guerrero, no la de un perro.

Pero tras mucho intentarlo, aquello no caía, así que tras pedirle perdón le di con la escobilla del váter. No fue una muerte limpia, lo admito, pero lo hice de la forma más respetuosa que pude.

Ahora de él sólo queda una marca marrón en la vasija. Casi inapreciable. Pero no es una mancha.

Es un legado.

6 comentarios:

Miriam dijo...

Qué asco y qué bonito. Felicidades, orgulloso papi!

Anónimo dijo...

Con historias escatológicas como esa, es normal que el karma no te recompensé como a mí.

Saludos el farmaceútico.

Thanos_Malkav dijo...

Curioso... :P

Acuática dijo...

Jo, que escatológico... Al principio me he reído mucho, pero con lo de la escobilla me han empezado a entrar arcadas...

Álvaro Loman dijo...

Reconozco que lo de la escobilla se salta algunas de las convenciones del género de los Cantares, sí...

Pero mola :-)

Anónimo dijo...

entro poco en tu blog, pero cuando me da por entra... si no son joyitas que me encuentr, debe ser la entropia